Aquella mañana salí a trabajar, como todas las mañanas, sobre las ocho, al llegar al garaje me quedé perplejo al comprobar que ¡había un atasco! Empezamos bien, me dije…Al salir a la calle, después de 10 minutos dentro del garaje de mi propia casa porque un vecino tenía bloqueada la salida ya que no le funcionaba el mando, el panorama era desalentador; llovía a mares, hacía un día frío, de ese frío que en Madrid te cala hasta los huesos y en la calle no faltaba absolutamente nadie….
Estaba claro que llegar a la oficina esa mañana no iba a ser tarea fácil. Ante semejante panorama tenía básicamente dos opciones, porque la de volverme a casa y meterme en la cama otra vez, aunque seductora, no la contemplé más que durante unos segundos. Las opciones eran:
1ª. Ponerme como un basilisco a insultar a todos aquellos que se cruzaban en mi camino y abonarme a la bocina del coche como un hincha enloquecido cuando su equipo marca un gol.
2ª. Poner mi programa de radio favorito, o el último CD que me había comprado, subir las ventanillas y dejarme secuestrar por ese momento de sosiego mientras el propio atasco, emulando a un río, me llevaba hasta las puertas de mi oficina.
¿Qué decisión habrías tomado tú?
¿La primera? Es la que adopta la mayoría de la gente, ¿por qué? Pues porque es la que nos sale de una forma más natural.
Nuestra respuesta ante un estímulo externo es más básica, “más animal”, cuanto más cerca del estímulo se produce; por el contrario, en la medida en que somos capaces de distanciar nuestra respuesta del estímulo, ésta será más inteligente y en consecuencia, más efectiva.
Si le damos una patada a un perro, práctica que censuro absolutamente, el perro reaccionará igual con independencia de dónde le demos la patada y el dónde, en este caso, responde tanto a la parte de su anatomía donde impacte nuestro pie como a la parte del globo terráqueo donde cometamos semejante dislate.
Date el permiso, de diferenciarte de un perro y trata de dar una respuesta inteligente a una “provocación” o “estímulo” externo, tienes cien maneras distintas de reaccionar ante “la patada” de alguien o ante el agravio de cualquiera.
En ocasiones, a todos nos ha pasado que conduciendo nuestro coche, hemos cometido un error y nos ha caído la del pulpo; te invito a que la próxima vez que alguien cometa uno de esos errores que nos incitan a aflorar nuestra parte más básica -nuestra parte perruna- contemos hasta diez, o hasta cien, como me decía mi padre, y saludemos a nuestro “agresor” con una sonrisa y con la palma de la mano abierta. Te aseguro que no sólo le dejaremos completamente descolocado, sino que, sobre todo, nos sentiremos infinitamente bien con nosotros mismos por haber sido capaces de controlar una situación que en el 99% de los casos no controlamos porque, sencillamente, aflora el animal que llevamos dentro.
Decía hace muchos años Epicteto, esclavo griego que viviera en la segunda mitad del siglo I y comienzos del II d.C. en tiempos de los romanos:
”No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre, dado que lo mismo puede no molestar a otro, es su juicio sobre lo sucedido. No olvides que no es el hombre que te envilece o golpea aquel que te insulta. Por lo tanto, cuando alguien te irrita, ten por seguro que es tu propia opinión la que te ha irritado. Y comprométete a no dejarte llevar por las impresiones externas, dado que una vez que ganes tiempo y postergues tu reacción, podrás más fácilmente llegar a ser el amo de ti mismo”.
“No des poder a los demás para que condicionen tu vida y mantén el foco en la gestión adecuada de tus emociones”.
Nuestro refranero hace alusión a este mismo asunto de una forma mucho más coloquial; “No ofende el que quiere si no el que puede”.
Para que alguien nos ofenda, debemos otorgarle el permiso para que lo haga y no olvidemos que el poder de hacerlo o no hacerlo reside en nosotros, nosotros elegimos cómo queremos sentirnos en función de lo que los demás nos puedan decir o hacer, de otro modo, el “poder” se lo daremos a los demás no siendo dueños de nosotros mismos como apuntaba Epicteto.
Escrito por: