¿Cuántas veces te duchas mientras te estás duchando?
Desde que abres los ojos, no dejas de hablar contigo mismo y por eso, cuando te metes en la ducha, te duchas con el pesado de tu jefe, o con ese cliente al que tienes que ir a ver que cambia de criterio cada dos por tres o con tu colega de trabajo que no calla ni para coger aire….
En definitiva, seguro que si te pregunto ¿Para qué te despiertas cada mañana? Me vas a responder que para llevar a los niños al colegio, luego ir al trabajo, preparar un informe para tu jefe o tu jefa, etc.
Pues no, para eso no te despiertas, para eso te levantas, despertarse es algo más, tiene que ver con tu propósito, con lo que quieres alcanzar en tu vida, a lo que aspiras, con lo que quieres ser de mayor… aunque ya no seas un niño.
Cuando te levantas estás centrado en las acciones y los resultados y eso pasa porque nos han educado así, desde pequeños nos han dicho que para sacar buenas notas hay que estudiar y ese ha sido el paradigma en el que nos hemos movido toda la vida: el de causa y efecto. Y así, sin darnos cuenta, nos hemos hecho mayores.
¿Recuerdas cuando te preguntaban de pequeño qué querías ser de mayor? ¿Y te acuerdas de lo que querías ser? ¿Es lo que eres?
Ese era tu propósito, el problema es que los “resultados” que te han pedido durante tu vida y las “acciones” para alcanzarlos han conseguido que lo olvides.
¿Realmente trabajas en algo que te apasiona?
Y no se trata de que montes tu propia empresa para alcanzar tu propósito, no, se trata de que lo encuentres allí donde trabajes.
A ver si me explico con esta breve historia…
Un peregrino cruzaba Francia camino de Santiago de Compostela allá por el año 1200 cuando se encontró con un grupo de picapedreros trabajando en una cantera.
Se acercó al primero que estaba picando piedra de mala gana y con el gesto muy contrariado y le dijo:
– Buenos días. ¿Qué está haciendo?
A lo que el picapedrero respondió con mu males formas.
– ¿Pues no lo ves? Estoy picando piedra.
Un poco más adelante se encontró con otro picapedrero que estaba picando piedra de forma frenética y, de hecho, tenía una buena pila de piedras picadas, sudaba copiosamente y no dejó de picar piedra ni cuando se le acercó el peregrino.
– Buenos días. ¿Qué hace usted?
– Pues picar piedras porque con lo que gano doy de comer y tengo para vestir a mi familia.
Al seguir avanzando le llamó la atención un tercer picapedrero que golpeaba las piedras con mano firme y con un ritmo constante, no parecía especialmente cansado y su rostro era afable, a su lado tenía también una buena pila de piedras ya picadas. Cuando el peregrino se le acercó, dejó de golpear las piedras con el mazo y se dispuso a atender al peregrino.
– Buenos días. ¿Qué hace usted?, preguntó de nuevo el peregrino.
A lo que el picapedrero, con una sonrisa en los labios le respondió:
– Estoy construyendo la catedral más bonita de Francia.
Y dime, mañana, cuando te despiertes, ¿qué catedral vas a empezar a construir?
Por otro lado, me gustaría preguntarte cuál crees tú que era el “propósito” del peregrino. ¿Llegar a Santiago? No, ese es el “resultado” de su peregrinación, su “propósito” lo desconocemos. ¿Tal vez purificar su alma? ¿Pedir por algún familiar enfermo? ¿Encontrar la paz interior? No lo sabemos, pero para hacerse tantos kilómetros andando, que sería el “proceso” para llegar a Santiago de Compostela, debe haber un “propósito” importante detrás que le impulsara todas las mañanas a emprender de nuevo El Camino.
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