Todas las personas somos diferentes. Tú reaccionas de manera distinta a tu vecino cuando te enfrentas a la realidad o gestionas tu forma de relacionarte con los demás. Por eso, cuando tratas con otros, debes ejercitar un músculo que a veces tienes dormido: la empatía.
Seguro que, en alguna ocasión, alguien cercano a ti,
un amigo, un compañero de trabajo o tus padres, por ejemplo, te han hecho un
regalo espantoso, que no te ha gustado nada. Es probable que, con toda su buena
intención, la persona que se ocupó de
pensar y comprarte el regalo lo hizo pensando en lo que le gustaría a él o a
ella, en lugar de reflexionar y plantearse qué podría gustarte a ti. Esto mismo
ocurre cada día, con los actos más pequeños.
Desde que éramos niños nos han dicho que tratemos a los demás como nos gusta que nos
traten a nosotros. Pero, desde este blog quiero romper con ese paradigma,
porque, muy frecuentemente, los demás, ni tienen los mismos gustos ni
experimentan la vida de la misma manera que tú, y claro, cuando esperas que los
demás reaccionen como lo harías tú, generas grandes expectativas y, si estas
expectativas no se cumplen, te enfurruñas y aparece el conflicto.
La solución es más sencilla de lo que parece: puedes
empezar a tratar a las personas como a
ellas les gustaría ser tratadas. Toma consciencia de que tú no eres el
centro del universo, y que, probablemente, los demás tengan gustos diferentes a
los tuyos. Para eso deberías escuchar más y hablar menos porque escuchando
tienes la oportunidad de conocer a la otra persona y entender de verdad qué le
gusta o qué necesita, no des nada por hecho.
Me gusta definir la empatía como ese momento en el
que alguien te está contando algo y la otra persona siente que tú sientes lo que ella siente.
Y por cierto y sin ánimo de ser borde, un requisito imprescindible para
escuchar de forma empática es estar callado, del silencio afloran grandes
confesiones y reflexiones, como canta Dave Gahan de Depeche Mode…. Enjoy the
silence.
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