La realidad no existe, aunque la afirmación te parezca un juicio, te aseguro que es un hecho.
Somos observadores de una supuesta realidad, pero esta no es tal, hay tantas realidades como observadores.
Verás, observamos la realidad a través de nuestros modelos mentales, una especie de gafas que todos nos ponemos por las mañanas, nada más levantarnos de la cama, y que se componen de los siguientes elementos:
- Genética, la herencia de padres y antecesores.
- Circunstancias personales, vivencias.
- Entorno cultural, el lugar donde hemos vivido.
- Lenguaje.
Estos modelos mentales son tan personales y tienen tanta fuerza que, incluso entre hermanos que teóricamente comparten todos los elementos anteriores, su forma de ver la realidad es diferente y esto ocurre porque, además de que su carga genética no es idéntica, a lo largo de su desarrollo personal, han tenido vivencias y relaciones que han conseguido que sus modelos mentales se hayan diferenciado.
Cuando hablamos, al hacerlo desde nuestros modelos mentales, emitimos nuestra opinión, emitimos nuestros juicios que, en la mayor parte de las ocasiones, no son hechos.
Un hecho es una verdad irrefutable, por ejemplo, esto que estás leyendo son letras que configuran un artículo y lo estás haciendo, seguramente, en un ordenador o un móvil. Esto es un hecho ¿cierto? Pero si yo te digo que el tipo de letra que he escogido para mi blog es la más bonita, que el artículo es brillante y que tu dispositivo está obsoleto, ya me he metido de cabeza en el mundo de los juicios y, probablemente, la discusión esté servida.
Y ten mucho cuidado porque un juicio no necesariamente lo tienes que verbalizar, puede estar en tu cabeza en forma de pensamientos de manera permanente. Como dice Bunbury: “Y tu mente como una colmena en secreta actividad”.
¿Y por qué es tan importante distinguir hechos de juicios?
- Los juicios que emitimos suelen estar basados en el pasado, los emitimos en el presente y nos cierran oportunidades de futuro.
“Yo no soy capaz de cantar bien” juicio fundamentado en el pasado porque mi Padre se reía de mí cada vez que cantaba y me decía “Hijo, tienes un oído en frente del otro”.
Lo emito en el presente y me cierra posibilidades de participar en “La Voz Senior” y, fuera de bromas, sobre todo, me cierra la posibilidad de disfrutar de la oportunidad de cantar que, por otro lado, me en-canta.
- Los juicios no son ni verdaderos ni falsos, son fundados o infundados.
Mucho, poco, siempre, nunca, cerca, lejos… Como decía mi amigo David cuando le decía: “Ese restaurante es muy bueno”, o algo similar, habitualmente me respondía: “A ver, Curro, comparado con qué”.
Otro ejemplo muy ilustrativo: hace frío / hace calor / hace 21º.
- Los juicios hablan más del que emite el juicio que sobre el que se emite dicho juicio.
“Todos los gitanos son ladrones” este juicio delata al emisor y su particular modo de observar la realidad. ¿Entraríamos en una nueva polémica si le denominamos racista? ¿Es otro juicio? En este caso, yo creo que podemos concluir que sí si nos atenemos a la definición de “racismo”
“Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que suele motivar la discriminación o persecución de otro u otros con los que convive.”
- Tomar decisiones basadas en juicios tienen más probabilidades de errar que si se toman sobre hechos.
Si una reconocida autoridad, en cualquier materia, dice de forma contundente y sin contrastar los hechos: “Aquí no va a pasar nada”, y luego pasa, está claro que ha cometido una clara imprudencia ya que la gente, confiada en la voz del experto, decide hacer cosas que le pueden poner en riesgo.
Entonces, ¿qué sentido tiene la afirmación “tienes razón”? ¿Por qué la buscamos con tanto ahínco?
Cuando discutes de algo con alguien es porque tú tienes unos juicios sobre un tema y la otra persona tiene otros.
Sin darte cuenta, te dejas arrastrar por una dialéctica que, lejos de acercar posturas, va incrementando tu indignación.
Al final todo deriva en una batalla dialéctica en la que los dos, como en el cuadro de Goya “Duelo a garrotazos” tratáis de imponer vuestras opiniones sobre el otro sin pararos a pensar algo tan sencillo de entender como que el otro es diferente y, por lo tanto, tiene modelos mentales distintos.
Y cuando terminas una discusión, ¿qué haces? Normalmente llamas a alguien y se lo cuentas. ¿Para qué? Para que te dé la razón.
¿Qué pretendemos teniendo razón? ¿Qué “entre” construimos? ¿Cómo contribuimos al acercamiento y al entendimiento entre las personas?
No te canses, de verdad, es una pérdida de tiempo. Tener razón no vale para nada. Como dice de nuevo mi músico fetiche: “Nunca se convence del todo a nadie de nada. Qué juego tan artístico de juicios sin fundamento, ¿verdad? Nunca, todo, nadie, nada…
Si de algo me arrepiento en mi vida es de tratar de convencer a los demás de mis puntos de vista, tratar de que vieran la realidad desde mis modelos mentales. Esa actitud me ha costado muchos disgustos.
Ahora tengo claro que lo inteligente habría sido aceptar los puntos de vista de los demás de buen grado, aceptar que no comparten mi opinión y que no pasa nada. No son ni mejores ni peores, son diferentes.
Si fuéramos capaces de aceptar que nuestro interlocutor está viendo la “realidad” desde sus modelos mentales nos ahorraríamos muchos disgustos a todos los niveles, por eso es tan importante que mantengas tus conversaciones centradas en “hechos” y si tu interlocutor emite juicios, no desesperes, contrasta sus juicios con hechos… Si los tienes, claro.
Tener razón no vale para nada, no aporta nada al “entre”, a la relación con la otra persona. Para lo único que te vale tener razón es para acariciar tu ego.
Y llegados a este punto, quiero hacerte una reflexión. Hay una fórmula infalible para evitar el conflicto entre juicios propios y ajenos: hacer preguntas.
Cuando preguntamos no confrontamos juicios ni hechos, simplemente nos limitamos a interesarnos por el punto de vista de la otra persona. Las preguntas abiertas hacen que las conversaciones fluyan. Reconócelo, cuando te preguntan y se interesan por ti estás encantado.
Y aprovechando esta reflexión sobre las preguntas, voy a cerrar este artículo con una, eso sí, como es el final, con una pregunta cerrada:
¿Qué prefieres, tener razón o ser feliz?
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